Mientras estuviste conmigo, me hiciste sentir
especial, importante, segura y amada…
Me enseñaste a compartir, a no ser egoísta y también...heredé tu
nobleza.
Aprendí a ser compasiva con los animales, a verlos con
amor y a respetarlos.
Cuando te fuiste… todo mi mundo se derrumbó, mi vida cambió…ya
no fui la misma niña juiciosa y dedicada. Tampoco lloré, sabes…nunca me
desahogué.
Mi atención se desvió…buscaba ese cariño que había perdido; te
busqué en amistades, en novios y nunca te encontré…
Lo acepto, me costó trabajo perdonarte… pues en ese entonces
te consideraba mi guardián, mi héroe…
Nunca seré quien para juzgarte; eso me lo recordó sabiamente mi hermano,
que, aunque siempre fue más fuerte, también sufrió tu ausencia… no viví tu
vida, no calcé tus zapatos, no conocí tu pasado con exactitud, ni tus vivencias. No
sé cómo fueron tus padres y seres más cercanos contigo. No sé qué altibajos y
temores manejaste; no sé qué te marcó y que te apagó….
Solo sé, que al ver tu cabello plateado y tu mirada triste que
intenta esconder el dolor de lo vivido…lo único que quiero, es darte lo
mejor, lo que te faltó, lo que en silencio anhelaste…
Te doy mi amor, Padre...como muestra sincera, de mi perdón.
Mireya M. 2018
© MMXVIII-Todos los derechos reservados
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